Blog de Armando (La bruma)

Viajes cerebrales y poesia (work in progress)

domingo, agosto 14, 2011

Combo en el Hocico (Cuento)



A Susana la conocí en una tienda de discos antiguos un día miércoles, extraño lugar para encontrar una mujer de ese tipo: un metro setenta, de cabello entre pelirrojo y rubio, que dependiendo la luminosidad este, cambiaba hacia un tono u otro; de piel acanelada, labios gruesos pero no tanto, bien vestida y esa mirada de niña inocente que siempre me ha gustado en las mujeres.

Mientras yo buscaba algún recuerdo de mi ya lejana adolescencia, algo así como un Deep Purple, un Led Zeppelin o un Black Sabbath, ella estaba complicadísima en una repisa que parecía venírsele encima con discos de música ochentera, como las Go–Gos, Culture Club, Bannanarama y toda esa música que había odiado intensamente en aquellos años. De más está decir en que le ayude con su inconveniente musical. Luego hablamos, hablamos, hablamos y hablamos. Quedamos de vernos otra vez. Bueno, y así salimos a nuestra primera cita.

Lamentablemente cuando fui a buscarla a la dirección que me dio como su hogar, una amiga de ella, una tal Lucía, había llegado unos minutos antes con su novio, un desagradable tipo rubio, alto, vestido con un terno azul marino, corbata gris de seda y zapatos más caros que mi motocicleta. Su nombre: Julito Rafael Bulch Segundo, de verdad, segundo, por llevar el mismo nombre que su padre, o sea una especie de junior, pero de aquí, no de allá. Su papá, el dueño de casi todos los restoranes de la ciudad. Obviamente nos convencieron a que fuéramos con ellos y Susana, por desgracia, aceptó.

El restorán, uno de los que estaban de moda, el Mc Fly, pertenecientes a la cadena de la familia del tal Julito, de comida Thai, lujoso y muy amplio, repleto de hombres de negocios y gente de poder, tanto económico como político. Si el tal novio no pagaba la cuenta, ya suponía que la invitación a cenar me iba a salir casi un cuarto de mi sueldo.

– No te preocupes por la cuenta, yo pago lo mío – me dijo al oído Susana. Como adivinando mis pensamientos. Y sonrió amablemente.

Un impecable garzón se nos acercó para ofrecernos los aperitivos, mientras tras él, otro joven garzón esperaba su turno para ofrecernos las delicias de aquel lugar.

A su vez, el famoso Julito se dedicó a contarnos como ganaba lo equivalente a doscientos sueldos míos, por decirle a cada tipo que comprar y qué tipos de sazonadores se iban a usar en cada restaurante de la compañía.

– Y usted señor Francisco, ¿en qué trabaja?

Ahí comenzó todo.

– Yo me dedico a escribir para otros – respondí.

– ¿Así como un reportero? – me preguntó con un toque de sarcasmo.

– No, no así. Lo que yo hago– respondí calmadamente y algo irónico–, es escribirle los libros a ciertos caballeros, muchas veces bastante importantes, que no tienen idea de escribir y a veces de cómo pensar.

– Es algo así como el escritor fantasma – acotó Lucía, mientras Susana miraba la conversación algo tensa.

– O sea escribe, pero no escribe nada de verdad, ja, ja, ja– rió él, buscando la aprobación de la supuesta broma entre nuestras acompañantes.

El tipo sonreía, con una amplia sonrisa tan pulcra y burlesca que era imposible para un individuo de mi clase (entiéndase por clase el hombre nacido en un hogar obrero, que durante toda su vida vio a sus padres romperse la espalda sin lograr llegar a ninguna parte y que todo le costó el doble), no desear darle un golpe en la cara. Pero hasta ese momento no había llegado a tanto y el lugar no era, por decirlo menos, el apropiado. Igualmente traté de calmar los ánimos.

– Bueno, Julio – dije –. ¿En que área del negocio se está especializando?

– Ah, bien. En el área de hacer trabajar a tanto inútil para que el negocio rinda más del cien por ciento– contestó “distraídamente”, mientras buscaba a uno de los garzones con la mirada por sobre nuestras cabezas.

– ¿Por qué no hablamos de otra cosa? – preguntó amablemente Susana.

– A ver – dijo Julito –, el que da el tema de conversación soy yo, así que por favor, ustedes las mujeres hablen cosas de mujeres, mientras yo y tu amiguito de medio pelo vemos si podemos encontrar un tema en común, aunque lo dudo.

Eso fue todo. ¿Cómo tan poco atinado, tan antipático, cómo tan mal educado, como tan conchesumadre? Le di un buen combo en el hocico al infeliz.

Inmediatamente se desencadenó lo que llamaría una serie de eventos sospechosamente macabros y sincronizados.

Primero: Julito al recibir mi golpe cayó hacia atrás empujando a un garzón que llevaba una fuente hirviendo sobre unas brasas, luego la fuente se precipitó sobre el rostro de Julito, junto con algunas brasas que comenzaron a quemarlo, otras brasas cayeron sobre el garzón, el cual espantado boto a otro garzón que traía unas espadas con carne sobre una mesa con tres comensales, matando a dos con las espadas, luego el que quedó vivo trató de escapar del fuego huyendo rápidamente hacia la salida y empujando una estatua de piedra que se encontraba a uno de los costados, botándola y trancando la puerta de salida mientras todo comenzaba a quemarse rápidamente.

Segundo: Tanto Susana como su amiga corrieron hacia la cocina, donde el garzón que se estaba quemando huía despavorido. A los pocos segundos una explosión de gas reventó la cocina y a todos los que ahí estaban. Yo sólo atine a ver y retroceder, mientras todas las escenas y muertes que se desencadenaban pasaron ante mí como una mala película de terror, en cámara lenta, hasta que alguien tocó mi hombro.

– ¿Francisco?– dijo la voz tras de mí.

Miré hacia mis espaldas y había un hombre calvo vestido con un traje gris.

– Ven – dijo. Y todo pareció detenerse en ese instante.

El hombre, de aspecto más bien oriental me tomó de los hombros. Yo, por mi parte no podía mover ni un dedo. Y dudo que haya podido pestañar alguna vez.

– Tú no deberías haber estado en este lugar, ni menos en este momento– dijo–. Eres lo que se denomina una anomalía temporal, y yo estoy aquí para reparar todo el daño que has causado.

No pude contestar.

Calmadamente y sin aparente emoción, el hombre me explicó que yo había causado la muerte de mucha gente que iba cambiar a la humanidad, que iban a salvar vidas y que la existencia de aquellas personas era de una gran importancia. Que debía comparecer ante el tribunal de los que están más allá del tiempo, que ellos decidirían sobre mi destino.

Me llevó por los escombros, sin moverme, hasta un lugar afuera del devastado restaurante. De más está decir que durante el trayecto vi a Susana carbonizada junto a una docena de personas, mientras los bomberos pasaban fantasmagóricamente a través de mí y aquel extraño hombre.

En la corte, me sentaron en un banco metálico ante lo que parecía ser un jurado de diez ancianos de diferente raza. Yo, por mi parte, aun estaba imposibilitado de voz y movimiento.

Se me dictaron los cargos:

En primer lugar: Había intervenido con irresponsabilidad en la vida de una mujer: Susana, que era la abuela del hombre que descubriría definitivamente la cura para toda enfermedad. Segundo: había matado a Julito, que después de quince años de ser un narcisista y ricachón idiota iba a embarcarse en un proyecto completamente descabellado como la creación de un propulsor hiperespacial para una firma norteamericana, logrando el objetivo luego de diez años y casi sin una pisca de su fortuna familiar. En tercer lugar, además de todo ello, los dos muertos de la mesa del lado iban a ser grandes políticos que serían claves para evitar una guerra de proporciones entre Europa y el Medio Oriente; todo eso sin entrar en detalles de toda la gente que murió sofocada y quemada que iban a ser personas de gran valor social y cultural en nuestro mundo.

Se me condenó a lo que llamaron Karma–in–existentia. O sea, debía volver unos instantes antes de golpear a la víctima y, con conocimiento de los castigos a los que sería sometido si no cumplía el mandato: Destierro eterno a un lugar llamado Inferno 01, donde estaría solo y a merced de los habitantes de aquel perdido lugar. Mi deber era evitar la acción en cuestión e irme inmediatamente de aquel sitio, el cual estaba completamente fuera de mi Darma–in–progresso, como dijeron que se llamaba mi vida.

Entendí y asumí el veredicto ante tal fuerza de razón y justicia, de tan magnánima y desinteresada vocación por el bien de la humanidad y su futuro. De hecho me sentí miserable ante aquellos hombres, que eran mucho más que hombres comunes y corrientes.

En sólo unos instantes me encontré detrás de mí, en aquel restorán, acompañado por el mismo sujeto de rasgos orientales que me había llevado ante aquel gran jurado.

–Entrar duele mucho, Francisco – me dijo –, debe hacerlo muy despacio ya que el tiempo está detenido en este instante, y sincronizar su cuerpo actual con aquel no es simple. Debe sentarse sobre usted mismo, ya le dije, muy, pero muy lentamente. Yo haré lo demás.

Era graciosamente macabro ver todo detenido, las bocas abiertas, las manos a medio levantar, los garzones casi como flotando en una atmósfera densa y silenciosa, un ruido rosa constante, casi catatónico.

Vi mi rostro petrificado en aquel cuerpo que era el mío e inicié el proceso. Poco a poco comencé a sentir una comezón en mis piernas, la que fue aumentando de forma rápida y violenta hasta convertirse en un dolor eléctrico, paralizante. “Es tu unión con el cuerpo en pausa”, me dijo el oriental, “pronto pasará, pero debes preparar tu respiración para la sincronización vascular y cerebral”.

Ahí comenzó el verdadero dolor.

Sentí toda mi humanidad rasgarse, mi cerebro latir tan fuerte que pensé (si es que lo que hice fue pensar) que estallaría en cualquier instante, creí desaparecer, desvanecerme, sentí que me vomitaba a mí mismo y luego, que un gran zumbido atacó mis oídos y una luz cubrió todo mi campo visual, el gran comedor del restaurant apareció ante mí con sus colores, matices y aromas.

Frente a mí: Julito, Lucía y Susana hablaban. De pronto un pequeño silencio y el famoso Julito me dirigió su mirada.

– Y usted señor Francisco, ¿en qué trabaja?

Pensé en su muerte, la que había observado hace unos momentos y en todo lo que sucedió, el juicio, el dolor y todo lo que podría no ser.

Me levanté de la mesa.

– Permiso – me disculpé – voy al baño, ya vuelvo. – Obviamente no iba a volver.

– Bien buena – dijo el tipo–, ahora que le pregunto que qué hace, se va a orinar al baño. Con seguridad debe ser bien mediocre tu pega viejo, porque la verdad te llegó a dar ganas de mear cuando te pregunté por tu trabajo, ¿o no?

– No te preocupes– dije–, soy accionista de el canal 8 de televisión– mentí–, ahí te cuento. Susana me miró extrañada, sabía que había mentido.

– ¿De ese canal de porquería? – Dijo–. Debí imaginármelo. Comunista de mierda, es obvio por la pinta que llevas y por tu bolso, tú sabes que ese canal lo único que hace es hablar contra gente de trabajo como yo y mi familia. Sí, sí muchas veces pienso que ni los comunistas ni los judíos deberían existir, si casi tuvo razón Hitler en lo que hizo, no es que lo apoye, pero hay que terminar con la chusma y los…

Perdónenme, pero no lo pude resistir, el hijoeputa era realmente un desgraciado, soberbio y petulante. Le di otro.

De más está mencionar lo que a continuación sucedió. En su totalidad fue casi calcado a la primera vez, salvo por el oriental que esta vez apareció a mi lado derecho y me sacó rápidamente de la acción.

– Veo que no entiende – dijo severamente.

No respondí. Sólo moví los hombros en muestra de mi desconcierto.

A continuación vino el juicio, los ancianos y todo el discurso sobre el tiempo y del brillante futuro que yo había interrumpido.

Esta vez la condena, si no cumplía con retirarme del momento en que estaba “equivocadamente” viviendo en el restorán, era mi aniquilación temporal. O sea, un tipo iría al instante de mi gestación (o antes) y la evitaría, con la consecuencia de que yo jamás hubiese existido. A decir verdad, oír aquella amenaza hizo que casi me orinara de miedo.

Tal como la primera vez volvimos al tiempo exacto, unos momentos antes para ser más preciso, ya que me observé a mí mismo “entrando” en mi primer cuerpo con el oriental dándome las instrucciones frente a mi cuerpo anterior. Ahora debía entrar en mi segundo cuerpo que ya había entrado en el primero hasta igualar el “momento” y el ritmo temporal.

Lo hice. Y si la primera vez dolió esta casi me hace reventar.

Ahí estábamos “nuevamente” todos en la mesa, cuando vino la gran pregunta:

– Y usted señor Francisco, ¿en qué trabaja?

Sin ni siquiera responder, me levanté raudo de la mesa para dirigirme a la salida.

– ¿A dónde vas, Francisco? – preguntó Susana completamente extrañada.

– Lo siento – respondí.

– ¿A dónde crees que vas? – preguntó el tal julio, mientras tomaba enérgicamente mi suéter y no me dejaba avanzar.

– Disculpa – le dije –, me tengo que ir, realmente lo siento, debo irme.

– Tú no vas a ninguna parte sin que yo quiera. A mí nadie me deja en la mesa, ¿oíste?

Inmediatamente este tipo se levanta de la mesa y se para frente a mí. Lo que a continuación sucede es casi obvio. Julito, comienza con una serie de insultos y ofensas hacia mí, mientras todo el lugar absorto en un difícil silencio observaba la escena esperando el elemental desenlace. El cual llegó cuando “Julito” emprendió contra Susana y luego contra mi madre.

Hubo un momento de duda y de temor, pero luego de un segundo casi eterno le di lo que se merecía al imbécil en ese momento y en todos los posibles instantes. Ya que, si yo estaba ahí, siempre había existido, ¿o no?

Además, se lo merecía de sobra y más, así que no me vengan a decir que era un salvador o algo semejante. Esta vez se lo di aun más fuerte y con mayor decisión, hasta lo pateé en el suelo mientras ardía.

Lo siento Susana, de verdad lo siento enormemente. Al carajo con el chino, el jurado y el futuro.

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