La Visita
Sabía que lo que hice no era bueno y entré con temor al
parque, huyendo. Aminoré el paso al
creer que había oído algo. Pensé en otro asaltante, o en varios, en lo que
sería una cuchilla clavada en mi vientre y el frío de la muerte acariciándome,
o tal vez, un disparo en la cabeza, un golpe fuerte en la frente que haría que
lentamente dejara de percibir todo alrededor hasta caer inconsciente. Apuré el
paso, tanto que en un momento me di cuenta que corría. Paré, respiré hondo, y
cuando me disponía a seguir mi camino fue cuando sentí una presencia atrás mío.
Me volteé rápidamente y lo vi. Vi lo que creí solo posible en mis
pesadillas, tanto que no pude moverme y el miedo era tan inmenso que doblegó mi
mente en décimas de segundo. Él tocó mi rostro, con algo que asemejaba una mano
y me observó con su único e inmenso ojo, embutido en aquella cabeza sin boca
que irradiaba un ardor imposible y un grito convertido en un susurro preso de
la carne y los huesos. Jaló de mí con
descomunal fuerza y apoyó su húmedo cráneo sobre mi cabeza y ahí conocí la
verdad.
Quedé atontado sobre el pavimento del camino una vez que él
se marchó jadeando, observado ese cielo lleno de estrellas que día a día se nos
presenta y nosotros las vemos sin ni siquiera sospechar que ellas aguardan por
nosotros y nuestros actos. Por qué ese repúgnate ser era mi encarnación, quien
había venido desde el mismísimo infierno a ver su muerte una y otra vez hasta
el fin de los tiempos. Sí, ya que esos dos tipos que vienen son los que acabarán con
lo poco que queda de mi vida... en esta lejana y triste tierra.
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